El #FREETHENIPPLE MASCULINO, CUANDO ELLOS NO PODÍAN ENSEÑAR EL PEZÓN

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El #FREETHENIPPLE MASCULINO, CUANDO ELLOS NO PODÍAN ENSEÑAR EL PEZÓN

Corrían los locos años 20 del siglo de idéntico número cuando el legendario Scott Fitzgerald escribía sus grandes obras, referencia de la literatura norteamericana del periodo de entreguerras: Gatbsy trataba de recuperar el amor bajo el disfraz de la opulencia y la elegancia, mientras su Hermosos y Salvajes vivían, incansables, años inciertos. Eran las élites del lujo que pasaban los inviernos alrededor de la chimenea en mansiones  en Long Island, y disfrutaban de los cálidos veranos en Saint-Tropez.

Eran los inviernos del traje de tweed y los veranos del bañador, para ellos y ellas.

Los adinerados hacían entonces del mar un nuevo escenario de recreo en el que el pudor y el buen gusto no tenían por qué estar reñidos con la comodidad. O eso suponemos, si tenemos en cuenta que los primeros baños en público que conocemos, y que nos llevan a finales del XIX estaban ligados con las propiedades saludables del agua. Nunca con el bronceado –ni muchísimo menos– y ni siquiera con el deporte de la natación.

LOS BAÑISTAS DE SOROLLA, LA IMÁGEN ICÓNICA DE LOS BAÑISTAS DE FINALES DEL SIGLO XIX

Nuestro Joaquín Sorolla, el pintor del mar, nos representa estas tendencias en su obra. Sus mujeres visten de blanco, caminan por la orilla con botines escondidos bajo vestidos vaporosos. Se cubren con una sombrilla, puesto que la blancura era entonces un signo de belleza y distinción. De ahí también los grandes sombreros de paja, adornados con una sencilla flor.

 

 

Los niños, nadando, corriendo por la playa, jugando, son los únicos que pierden la ropa. Las niñas llevan, sin embargo, una túnica muy fina, que las protege de miradas indiscretas y que marca su condición femenina.

Con el fin de siglo, la ropa de playa fue perdiendo prendas y longitud. La caída de las medias acompañó al recorte de tela, que terminó su expansión en las rodillas, tanto de ellos como de ellas, aunque en nuestro país, lejos del hedonismo de Fitzgerald, se tardaría, en esto como en todo, en aquellos tiempos, un poco más.

DETENIDOS POR ENSEÑAR Pezón

Lo que más nos llama la atención de los locos 20 son los bañadores masculinos. De una pieza, con tirantes, para cubrir el pecho, una parte de la anatomía muy relacionada con la virilidad. Sí, ellos tenían también que cubrirse el pezón.

La idea de que ir a pecho descubierto era malo para la moral y las costumbres era algo natural en aquella época, donde las ideas religiosas y las tradiciones  puritanas regían la vida social. A los hombres también se les acusaba entonces de incitar al pecado, como se sigue haciendo, un siglo después, con las mujeres.

 

 

Quizá sea, entre otros motivos de mucho mayor calado, porque ellos se rebelaron pronto. Las protestas de Coney Island, en las que los hombres lucharon por su particular #freethenipple, acabaron con cuatro detenidos.

Más importancia que la de estos pioneros tuvo la redada que acabó con 42 de estos exhibicionistas del pezón en un calabozo en Atlantic City. El cine, con que Clark Gable, desabrochándose la camisa en una el film It Happened One Night y con Tarzán, como no, hicieron el resto.

Nada es nuevo, pues. O muy pocas cosas. También dicen que todo vuelve. Sobre aquel bañador masculino tan recatado, no descartamos su próximo rescate por parte de diseñadores y gurús de la moda. ¿Cómo pensáis que le quedaría a una belleza madura como la de Tom Cruise? ¿Y a una joven ambigüedad como la de Damiano David? Como se dice ahora, ni tal mal.

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